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Entender lo que se quiere en la vida, toma toda una vida

Lo que me entregó Mis días en la librería Morisaki de Satoshi Yagisawa


Creo que a veces, desde un lugar de mucha terquedad, insistimos en trazar un camino hacia aquello que confiamos nos dé un lugar de sentido, validación y pertenencia para y con el mundo. De alguna forma, buscamos ser ese alguien, alcanzar ese lugar donde creemos que, finalmente, estaremos "resueltos". Nos encontramos constantemente soñando despiertos, depositando todos nuestros esfuerzos y esperanzas en ello, a sabiendas de que, cuando eso llegue, vendrán también los días más felices. Ese camino puede ser una decisión profesional, una relación amorosa o, incluso, la adquisición de viajes, experiencias y bienes que combinan muy bien con los filtros más trendy de Instagram. Todo esto está muy bien, pues, sea cual sea tu ambición, los pequeños o grandes pasos que des ya son la demostración más tangible y concreta de que estás en la ruta por construir eso que tanto anhelas.


El problema viene en que, a veces, en el proceso de caminar hacia nuestros sueños y metas, la determinación es tal que, al enfocarnos con tanta fuerza en el objetivo, perdemos de vista aquellas cosas importantes que yacen periféricas. Cuando las posibilidades se reducen a uno, la lucha equivale a la magnitud de la apuesta. Sin darnos cuenta, nos introducimos en un largo paréntesis donde no nos permitimos vivir, donde el disfrute de nosotros mismos queda suspendido y supeditado hasta que llegue aquello por lo que estamos trabajando, hasta que seamos ese ser que queremos ser con tanta desesperación. El presente, siempre imperfecto e insuficiente, en comparación con lo que vendrá, se torna un agobiante e interminable proceso de cosas que faltan, de aquello que aparentemente aún no está completo en nosotros. Todo esfuerzo de ser debiese ser más y hasta mejor. Y, así, la urgencia termina por comerse a la importancia. Nos queda solamente la frustración del hoy y el infinito cansancio del ayer, siendo imposible recordar el inicio, el para qué y el sentido de todo aquello. Entonces, la opresión de la angustia nos fuerza a volvernos grandes escapistas, a veces, de forma mental en la evasión y procrastinación, otras, de forma mucho más terrible: en el vértigo de la depresión.



Esto es parte de lo que me entregó la lectura de Mis días en la librería Morisaki de Satoshi Yagisawa, una novela japonesa corta donde acompañamos a Takako, una joven de veinticinco años que se siente atrapada en un "es complicado" romance. Y es que ese lugar, donde había depositado gran parte de su confianza, creyendo haber encontrado ese algo y a ese alguien para ella misma, se ve duramente amenazado por la indecisión y la confusa relación que sostiene con su colega de trabajo, Hideaki.


Abrumada y oprimida por los interminables por qué y para qué de esta cada vez más descolorida realidad, decide desaparecer, sin explicaciones, ni despedidas, refugiándose en un pequeño y lejano barrio donde yace la librería de su excéntrico tío, Satoru Morisaki. Esconderse del mundo, sin enfrentar aquello que reconoce ha opacado sus sueños e ilusiones, es el último y único intento que, en ese minuto, ella siente que sus fuerzas pueden dar. Por lo que ahí, en esa habitación oscura y atestada de libros, se permite, finalmente, sentir el vértigo de la angustia y la depresión que por mucho tiempo sostuvo con una sonrisa.


En el silencio de ese necesario paréntesis, Takako poco a poco comienza recobrar sus fuerzas y a reconocer que su historia e inquietudes son también las que yacen en muchos de los libros desperdigados por la habitación. La lectura comienza a ser otra ventana de oportunidad para el escape del dolor y para la evasión de su realidad, tanto como un poderoso espejo para empezar a desenmarañar la asfixia de su soledad, confusión y miedo por el sentido del porvenir. Así, poco a poco, Takako comienza a encontrar mayor claridad no en aquello que desea cambiar, mejorar o ser, sino en la aceptación de lo qué hay y de lo que es, tal y como está.


Su siempre entusiasta tío, la acompaña lo mejor que puede en el proceso, porque se da cuenta de que algo pesa fuertemente en su sobrina, aunque esta no le haya dado aún explicaciones. Entre sus muchas conversaciones en torno a la literatura japonesa moderna, Takako descubre que, más allá de los libros, su tío también ha pasado por un dolor muy similar, pues tuvo que hacerse cargo de la librería, renunciando a su sueño, motivo por el cual, él cree, su mujer terminó abandonándolo años atrás sin explicación alguna.

"Al principio estaba muy insatisfecho. De joven nunca imaginé que podría heredar el trabajo de mi padre. Incluso ahora hay veces que tengo dudas. Pero, ¿sabes qué? No siempre es fácil entender lo que se quiere de la vida. De hecho, entenderlo lleva toda una vida."
"Yo creo que estoy malgastando la mía así, sin hacer nada..."
Mi tío me miró y sonrío dulcemente.
"No, no creo. A veces es necesario parar. Es como una parada en un largo viaje. Imagina que has soltado el ancla en una pequeña bahía. Descansarás un poco y tu barco zarpará de nuevo"

Pero, toda travesías debe continuar. Uno no puede refugiarse en la isla para siempre, eso lo sabemos, incluso, desde la Odisea misma. Tanto Takako como su tío Satoru deberán reunir el valor suficiente para hacer que su barco zarpe de nuevo y confrontar, finalmente, los tan temidos por qué de la huida, esos evasivos silencios que sellaron, por mucho tiempo, el dolor de las pérdidas, de los sueños rotos y de los desencantos aún presentes. Un mensaje de texto inesperado del, hasta entonces, desaparecido Hideaki y una visita sorpresiva de la desconocida esposa de Satoru, detonarán el inicio del comienzo, ese camino hacia la aceptación, el perdón y el avance que ambos necesitan para, verdaderamente, volver a conectar de forma plena con la vida que acontece más allá de todo paréntesis.



Si estás pasando por un momento de mucho dolor, confusión y frustración porque no logras recordar o, incluso, encontrar el sentido de tu existencia, de tu lugar de pertenencia y tu esencia más auténtica, quisiera recomendarte la lectura de esta brevísima novela. Hace un par de meses atrás, te comparto que yo misma me hallaba deambulando por esa selva oscura de la que escribiera, incluso, el mismísimo Dante Alighieri al relatarnos su caminar por el mundo en la Comedia. Deposité toda mi confianza, esperanza, hasta mi persona en una vida que aspiraba y anhelaba en ensoñaciones, mas no una en la que vivía. Trabajaba arduamente con la vista en el objetivo, sin notar que ello me cegaba del presente, de lo ya existente que era igual o más importante que lo anterior.


Pero, para entonces la sensación de soledad, insuficiencia e inadecuación era tal que me había olvidado de que los libros ya han narrado y continuán narrando nuestra historia. No para ilusionarnos y refugiarnos en sus mundos imposibles para siempre, tampoco para brindarnos las añoradas soluciones o respuestas que tanto hemos buscado. Más bien, para recordarnos que otras personas, anteriores a nosotros y con nosotros en el presente, ya han sentido y vivido nuestras mismas inquietudes, angustias y miedos y que están ahí, aguardardando nuestro retorno al mundo, con amor y paciencia, listos para acompañarnos a transitar las muchas posibilidades que la vida contiene en su misteriosa forma de ser.


Por ello, si bien la momentánea huida que decidí experimentar en aquellos meses fue válida para poner la suficiente distancia contemplativa que requiere toda reconciliación con el sentido, así como para recobrar las fuerzas suficientes para volver a creer en los perfectamente imperfectos nuevos comienzos, mis días leyendo y habitando la librería Morisaki, al igual que a Takako, me recordaron que nunca se está solo del todo y que se requieren diez segundos de valor, en compañía de los que te aman y/o de los libros, para pasar el umbral del miedo y permitirse empezar a vivir una vez más.


 
 
 

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